El torrero
Ya hace un rato que amaneció y el viejo torrero apaga las luces del faro. Como cada mañana, observa el amado mar que hoy esta en calma. Después una mirada al portarretratos que está encima del único mueble, de la pequeña sala del torreón. Un antiguo escritorio con silla incorporada y sin más adorno que el pequeño cuadro que alberga la foto de una joven mujer sobre la proa de un barco, uniformada de marino y con la mirada perdida en el ancho mar que tanto parece adorar.Pero quien parece adorar a la mujer retratada es el farero ya que, como todos los días en más de cuarenta años, cada vez que apaga el faro, su mirada de respeto y amor se dirige al retrato. Un saludo un tanto marcial y unas palabras de despedida.
_. A la orden mi capitana, no hay novedad en la costa, he apagado el faro y ahora ya me retiro hasta el anochecer.
_. Buenos días mi amor, daré un paseo y al final de este, me acercaré a llevarte flores y a limpiar las otras.
_. Cada día eres más bonita, mi capitana.
Y como todos los días durante cuarenta años, abandona el faro camino del puerto y el pequeño y casi deshabitado pueblo.
Camina por la costa y lo hace con tranquilidad. No tiene ninguna prisa pues el paseo durará casi todo el día. Una pequeña parada en la ermita para saludar a su amigo de toda la vida, un frugal almuerzo con él, y una breve conversación que casi siempre es la misma.
Mientras camina va observando todos los detalles de la naturaleza que tanto adora. Siempre lo hace, casi debería de conocer cada piedra del camino, pero siempre encuentra algo diferente que termina por maravillarle.
Los acantilados donde, cuando el mar esta bravío, las olas explotan en un rugido cubriendo las rocas de espuma y agua. Después una pequeña cala de finísima arena, casi siempre desierta y solo visitada por peces y gaviotas en busca de un tranquilo rincón.
Continua a esta, un pequeño cabo que se adentra en el mar, separando esta cala de una enorme playa de fina arena y muy visitada en los periodos estivales, por multitud de gente en busca de los placeres del mar. Que aquí son desde el simple baño hasta el navegar por las enormes olas que la mayor parte del tiempo, rompen en la playa y la costa descargando toda la furia del mar, y dando un magnifico espectáculo natural.
Otra vertiente rocosa le continúa para llegar a otra cala, donde casi no hay arena, tan solo multitud de rocas de todos los tamaños y formas, que desde la tierra se adentran en el mar hasta varios centenares de metros en el agua, algunas rocas son totalmente cubiertas cuando la marea es alta y cuando esta es baja, deja al descubierto un paraíso de piedras y rocas.
Entre las rocas los restos de un barco naufragado, que nadie quiso retirar, que nadie permitió retirar, que ahora están ahí formando parte del entorno natural.
Junto a los restos del barco una lápida que el paso del tiempo y las mareas ha permitido conservar la inscripción que ella tiene, y esta es:
El valor y la pericia
hizo que esta capitana
y sus marineros
salvaran la tormenta
Pero sucumbieron
a las rocas y la falta
de luz donde guiarse
¡Descansen en paz!
Observa estos rasgos que el mismo hizo en la losa cuarenta años atrás. Limpiando la tierra que ahora la cubre y, con una triste mirada en la que asoma una lagrima rebelde, continua con su paseo habitual.
Pasa por un pequeño jardín donde habitan las flores más raras y bellas. Está cuidado por una anciana mujer que cuando le ve, con una agradable sonrisa le ofrece la maceta con las flores que para él ha preparado en la mañana.
Toma las flores, devuelve la sonrisa y continúa el paseo por la alameda hasta el pequeño cementerio del pueblo.
Una vez allí, se dirige hasta la tumba del rincón más resguardado y en la que una lápida con la foto de una joven mujer uniformada y unas letras, le recuerdan el único motivo que le permite conservar las fuerzas para seguir viviendo. La inscripción es así;
Demostraste ser la primera
aún cuando te fuiste.
Te amaré siempre
mientras yo viva.
Y lo haré mucho tiempo
para amarte casi todo.
¡Tanto como mereces!
Posa sobre la losa las flores que ha traído. Arregla las que aún quedan y esparce por el suelo rodeando la tumba, aquellas que ya marchitas dieron su paso por la vida. Nunca arrancó una flor, sino que la conservó en su maceta cuidando de que se mantuvieran bien el mayor tiempo posible. Pero el tiempo hace que todo vuelva a donde vino, y cuando las flores ya no vivían, las dejaba reposar allí donde estaba lo que más amaba.
Unas palabras en silencio, algo que pudiera semejar un rezo. Un tiempo en el rincón que era su vida. Donde reposaba quien ya antes lo fue, y como siempre, abandona el cementerio caminando hacia la ermita donde su mejor amigo oficia desde la juventud de ambos. Un amigo que es sacerdote y familia del viejo farero.
Entra en la ermita, con un cálido- ¡buenos días!- y dirigiéndose hacia la cocina donde ya una mesa tiene las viandas que serán su alimento, donde un sacerdote algo más joven que él, aguarda esperando que se siente a tomar sus alimentos, para hacerlo él también.
_. Buenos días José; imagino que como siempre habrás paseado por la playa, las rocas, la alameda hasta el cementerio y aunque llevas mucho tiempo haciéndolo, seguro que has visto algo nuevo en el paseo.
_ Si- responde José- Hay un nuevo nido de gaviotas cerca de los restos del barco, de momento está a salvo, pero dentro de unas semanas las mareas serán más altas y entonces corre el peligro de ser arrastrado por las aguas, mañana lo pondré en lugar seguro.
_. ¿Sabes una cosa José?, Nunca vas a misa a hablar con Dios. Te lo perdono porque creo que llevas a Dios en el alma y hablas con Él cada vez que lo necesitas. Pero intuyo que después de comer y descansar un poco, iras a encender el faro como todas las noches desde hace tanto tiempo.
_. Y te vuelvo a decir lo que tantas veces te dije y te seguiré contando. Hace siglos que por aquí no navega un barco, por eso apagaron el faro. Lo del barco que comandaba tu mujer y mi hermana, tan solo fue un accidente. Cierto que salvo la gran tormenta y cayó en los riscos por falta de luz de aviso. Pero no era su ruta, nunca lo hubiera sido si no fuera por la tormenta que los desvío, y como estamos fuera de cualquier ruta naval, será difícil ver otro barco por aquí en mucho tiempo.
_. Después del accidente vendiste todo lo que tenias. Te aseguraste una pensión vitalicia y todo ello lo entregaste a la conservación de esta ermita, hasta la pensión me llega antes a mí y tu solo recoges lo poco que necesitas para mantener el faro encendido.
_. No viviré lo suficiente para poder agradecértelo, pero como ya nos queda poco tiempo. Pienso que deberías disfrutarlo, puedes hacerlo y de veras que lo mereces amigo mío.
_. Soy feliz en el recuerdo- responde el anciano torrero- Y cuando le pasó eso a la que era mi vida, aquella que me llenaba de orgullo cuando alguien la llamaba mi capitán. Aquella que salvo un barco de la peor de las tormentas, y que cayo en los riscos por falta de una luz que le avisará del peligro de las rocas.
_. Sé que no era su ruta, pero lo fue para salvar un barco y la vida de la tripulación ¡pero no pudo!- Las lagrimas inundaban las mejillas del anciano farero.
_. La amaba tanto y la perdí de esta manera... por eso le prometí dos cosas, que cumpliré mientras viva. Que la amaría mientras yo viviese y que lo haría mucho tiempo para quererla casi tanto como se merecía. Y que las luces del faro estarían siempre encendidas, para que no volviera a ocurrir nunca más algo parecido.
_. ¿Sabes una cosa? Cada vez que miro al mar, de noche, de día, el mar sereno o tremendamente bravío... siento su presencia y eso me tranquiliza el alma.
_. Mientras yo ame a tu hermana amigo mío, seguiré haciendo lo mismo que ahora hago. Y no dejaré de quererla incluso cuando ya la vida me haya abandonado.
Una sonrisa de complicidad, un brillo intenso en sus ojos y se retira a descansar. Hasta casi el anochecer en que volverá al faro y saludando a sus amigos de la noche, recordando en cada planta, piedra y animal del camino a la persona amada. Dedicándole el mejor de los piropos a la vieja foto, encenderá el faro.
Y esperará el amanecer, soñando sus recuerdos.
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